miércoles, 11 de enero de 2012

Cinco Claves del Exito y la Riqueza que nunca hay que olvidar



Primera clave: Entréguese totalmente a la tarea de acumular riqueza
A menudo se dice que hay tres factores que determinan el valor de un inmueble: su situación, su situación y su situación. ¿Qué es lo que hará que su plan de acumulación de riqueza tenga éxito?: La en­trega, la entrega y la entrega.
Hay muchas formas de invertir el dinero para acumular riqueza. Los inmuebles proporcionan excelentes oportunidades de hacer dine­ro, tales como las tierras todavía sin cultivar, las propiedades para in­versión, viviendas en proyecto y otros. Las acciones de sociedades, los fondos de mutualidades, un negocio propio, las acciones preferencia­les, los bonos, la participación en iniciativas de prospección petrolífe­ra; todas estas diferentes posibilidades son medios potencialmente ex­celentes de invertir dinero y adquirir riqueza.
Para llegar a ser independiente económicamente, hay una idea que debe tenerse muy clara: la entrega que ponga en su plan de lograr rique­za es más importante que la estrategia de inversión. Es mucho más sen­cillo encontrar una forma de invertir dinero que ser capaz de someterse a la disciplina que se necesita para realizar el trabajo estratégico. Hay más gente que fracasa en su empeño de acumular riqueza por fal­ta de dedicación a un plan que porque la estrategia de inversión sea equivocada. Todo se resume en esto: su actitud —el grado de entre­ga— es la clave de su plan de acumulación de riqueza. La mejor estra­tegia del mundo en inversión no funcionará, a no ser que uno quiera hacer que funcione, y se comprometa a hacer todo lo posible para ello mediante una dedicación constante.
La entrega proviene de la disciplina. La disciplina requiere que apliquemos la fuerza de voluntad de forma persistente y sistemática con objeto de lograr nuestros objetivos. Desgraciadamente, pocas per­sonas pueden practicar tal disciplina, ya que no se les ha preparado para ello en su casa, en la escuela o en el trabajo. Siempre han estado bajo la influencia de una figura que, con su autoridad, les ha propor­cionado una disciplina sustitutiva de la propia.
La disciplina personal es, por definición, algo que uno mismo se impone y que uno mismo dirige. Al principio de la vida, los padres nos dicen qué tenemos que hacer y cómo debemos hacerlo. Cuando nuestro comportamiento no está de acuerdo con las pautas de nues­tros padres, ellos lo corrigen. Más tarde, vamos a la escuela y los profesores nos obligan a hacer determinadas cosas, y evitan que hagamos otras, con objeto de darle a nuestro comportamiento una forma deter­minada. Cuando no queremos estudiar (nos falta disciplina), el profe­sor nos dice que debemos hacerlo si no queremos correr el riesgo de obtener unas malas calificaciones o de ser sometidos a algún castigo. Cuando no queremos dar otra vuelta corriendo alrededor de la pista, el entrenador nos dice que debemos hacerlo si es que queremos formar parte del equipo.
En el momento en el que la mayoría de la gente termina su prepa­ración escolar, está tan acostumbrada a que otras personas dirijan sus actos que no saben disciplinarse.
Muchas personas no pueden ni siquiera disciplinarse para acudir puntualmente al trabajo, de forma que su jefe tiene que imponerles disciplina, por medio de un reloj en el que fichar. Durante muchos años, John Johnson, empresario de un éxito asombroso, que fue el fundador de la revista Ebony, vigilaba a los empleados que llegaban tarde al trabajo o que carecían de la disciplina necesaria para vestirse adecuadamente.
Dado que la disciplina, generalmente, no se enseña en casa ni en la escuela, muchas personas confían durante toda su vida en que sean otros quienes se la impongan. La forma en que la mayor parte de la población decide vivir es la que podríamos llamar de «dime qué es lo que tengo que hacer, cómo tengo que hacerlo y cuándo tengo que ha­cerlo». De forma que la gente se acomoda a un tipo de vida en la cual las decisiones importantes se las dicta alguna otra persona. Confían en la disciplina que el Gobierno impone a través de la Seguridad Social Obligatoria para obtener una pensión de jubilación.
Resumiendo:   para acumular riqueza, debe usted desarrollar su propia disciplina. Usted debe imponerse a sí mismo: «Voy a invertir. No permitiré que nada me detenga. No tendré ninguna crisis personal, ni tentación lo suficientemente fuerte como para abandonar mi plan de acumulación de riqueza.»
El 75 % de las personas que alcanzan la edad de 65 años dependen para sobrevivir de la Seguridad Social.
Estas personas han vivido su vida, su edad productiva durante el período de mayor riqueza económica de la historia de la humanidad y, sin embargo, no han tenido disciplina para crear riqueza con vistas a su retirada de la vida activa.
«Empezaré a invertir cuando tenga cierta cantidad de ahorros.» Esta promesa muy pocas veces se hace realidad. Incluso antes de que haya llegado ese momento en el que se han logrado ciertos ahorros, la ma­yor parte de la gente se ha visto ya tentada por algo de forma irresis­tible; bien sea un apartamento más grande, un coche nuevo, más ropa o unas vacaciones de ensueño. Las personas que ganan poco en el mo­mento actual, y obtienen un aumento de sueldo de un 10 %, seguirán ganando poco dentro de seis meses. La mayor parte de la gente reajus­ta su nivel de gastos, de forma que gasta hasta el último céntimo de cualquier aumento de sueldo. Dado que les falta disciplina, la mayoría de la gente tiene durante toda su vida «para ir tirando». La solución está en acudir a toda la capacidad de disciplina que uno tenga. Invier­ta, incluso, un porcentaje de sus ingresos mayor al porcentaje de aumen­to que éstos hayan experimentado. Disfrute de la gran satisfacción que va a obtener al contemplar su buena situación económica. Hacer jue­gos malabares con las deudas para «simplemente ir tirando» no va a hacerle feliz.
«Pero tengo tan poco dinero para invertir que no vale la pena arriesgarlo.» La cantidad que uno empieza por invertir no es, ni mucho menos, tan importante como el hecho de adquirir el hábito de invertir. De la misma forma que un granjero sabe que los pequeños árboles crecerán con el tiempo hasta hacerse gigantes, el inversor inte­ligente sabe que una cantidad pequeña, invertida de forma continua­da, con el tiempo se convertirá en una fortuna.
Tenga en cuenta las posibilidades y el poder que tiene la cantidad de 1.000 dólares: 1.000 dólares, invertidos de forma que se revaloricen a una media del 18 %, se habrán convertido en 20 años en 32.000, en 30 en 1.024.000 y en 60 en 32.768.000. Y una inversión de 10.000 dóla­res, hecha en una sola vez, que se revalorice a una media del 18 % anual, se convertirán en 320.000 dólares en 20 años.
No hemos tenido en cuenta, en estos ejemplos, la incidencia de los impuestos, pero con un buen asesoramiento fiscal, podrán reducirse al mínimo. Tampoco hemos considerado la inflación. Pero recuerde que las inversiones bien elegidas, con el tiempo, compensan ampliamente la inflación.
«Pero el dinero corrompe a la gente. No quiero ser rico porque eso es malo para la gente.» Parece difícil de creer que todavía se ponga esta excusa para evitar la riqueza, pero se hace. Algunas personas todavía mantienen que la riqueza estropea a las personas, destruye sus valores, da lugar a problemas familiares, conduce a las drogas, crea un clima proclive al crimen y hace tramposa a la gente.
Todo lo relacionado con la moral supone un problema complejo. Pero no culpemos a la riqueza. Tener demasiado dinero no es la causa del mal; tener demasiado poco, sí. Mejor, culpemos de la mayor parte de los problemas sociales a la pobreza. Tenga en cuenta los siguientes datos:
—     Cuanto más bajas son las rentas en una comunidad vecinal, ma­yor es el índice de criminalidad. A todo lo largo del país, la poli­cía emplea el 83 % de su tiempo en las zonas que se encuentran entre el 7 % de los sitios más pobres.
—     Cuanto más pobre es la gente, mayor es la incidencia del alcoho­lismo y de otras formas de adicción a las drogas. Las personas que se encuentran dentro del 20 % de las más pobres consumen tres veces más alcohol que las que representan el 20 % de las más ricas. La mayor parte de las prostitutas son pobres. Tienen que trabajar en ese oficio para ganar dinero.
—     La mayoría de los malos tratos infligidos a personas, lo mismo a los hijos que a las esposas o a los padres ancianos, están rela­cionados con problemas económicos.
—     La mayor parte de las dificultades familiares y de los divorcios, tienen como causa, más que cualquier otra, los problemas de di­nero.
He aquí algo que da que pensar. En este mismo momento, hay más gente que está discutiendo sobre dinero que sobre todos los demás problemas juntos.
 Segunda clave: Pague el Impuesto sobre la Independencia Económica. Es la semilla de la riqueza
Las personas que adquieren riqueza tienen la costumbre de invertir una parte de todo aquello que ganan. La gente rica logra su bienestar económico haciendo que parte de su dinero «trabaje» y se multiplique.
He aquí un plan que debe funcionarle, y que le ayudará a acumular riqueza, con la misma seguridad con la que se levanta el sol. Ponga en vigor su Impuesto sobre la Independencia Económica (IlE). Sea cual sea su renta, detraiga usted cierto porcentaje de la misma. Le re­comiendo que ese porcentaje sea el 15 % y, en cualquier caso, que nun­ca baje del 10%. Aplique este impuesto a la renta bruta, no a la que lleva usted a casa después de practicar las correspondientes deduccio­nes.
Siga el ejemplo del gobierno. De forma que si su renta bruta es de 2.000 dólares al mes, detraiga 200. Si es de 8.000 dólares al mes, des­tine 800 a su programa de acumulación de riqueza. Entonces, invierta ese dinero para lograr un beneficio futuro. Mírelo como si fuera una semilla de dinero que hace crecer riqueza. El capital es simplemente dinero usado para lograr más dinero. Su plan de IlE significa que us­ted está pagándose impuestos a sí mismo. A nadie le gusta pagar im­puestos, pero lo hacen porque las leyes dicen que hay que hacerlo. Pues bien, impóngase la misma obligación que el gobierno le impone y «encontrará» el dinero necesario para pagar ese impuesto, que va a beneficiarle sólo a usted.
He aquí una observación sobre los impuestos que da mucho que pensar. Haga una pequeña encuesta por la calle y dirija a la gente estas preguntas­«¿Cuánto pagó el año pasado en concepto de Impuesto sobre la Renta?» Lo más probable es que la gente le conteste: «No lo sé exacta­mente. Creo que entre esta cantidad y esta otra, pero no puedo decirle cuál fue la suma exacta.» Entonces pregunte usted: «4¿Cuánto pagó en impuestos sobre la renta estatales? ¿Cuánto en impuestos municipales? ¿Cuánto en impuestos sobre ventas? ¿Cuánto en contribuciones inmo­biliarias? ¿Cuánto en impuesto sobre la gasolina? ¿Cuánto en impues­tos sobre billetes de avión?»
Después de que haya usted preguntado todo esto al contribuyente, él o ella le dirán algo así como: «Mire usted, no sé cuánto pago en impuestos, solamente sé que pago demasiado y que estoy sin un cénti­mo a final de mes.»

Considere estas ventajas de pagarse impuestos a usted mismo

El 100 % del beneficio es para usted. El IlE es el único impuesto que va a resultarle agradable pagar. El 100 % de este impuesto va a estar destinado a su propio provecho y al de su familia. Ninguna parte de su IlE va a proporcionar un beneficio a la gente que no trabaja o a aquellos que hacen carrera a costa del erario público, y ni un solo céntimo va a pagarse a quienes recaudan los impuestos, por el privile­gio que tienen de tomar su dinero, para utilizarlo en fines que usted, a lo mejor, no aprueba.
Además, si a usted le ocurre algo antes de que decida retirar los IlE que ha invertido, el montante de su herencia aumentará en la parte que ahorró por este sistema. Si usted es soltero y desaparece, todo el dinero que haya estado pagando a la Seguridad Social se habrá perdi­do. Sin embargo, el 100 % de su IlE le va a procurar una mejor vida a usted y a sus seres queridos.
Todo está bajo su control absoluto. Todas las decisiones sobre cómo utilizar el IlE las va a tomar usted. Puede ser que quiera invertir su dinero en fondos de mutualidades, en una casa, en un terreno, en obli­gaciones o en acciones de sociedades. Estas y otras formas de inver­sión se le presentan como diferentes posibilidades. Una cuenta de aho­rros es una forma magnífica de empezar, mientras aprende más sobre otras formas de mayor rendimiento pero también mayor riesgo en las cuales invertir el fruto de su «impuesto particular».
Recuérdelo, usted no está entregando el dinero que recauda me­diante el IlE al gobierno, para que se gasten de la forma que elijan los miembros del Congreso. Esta forma, normalmente, sería un medio para resultar reelegidos, y se concretaría en inversiones para el bien público, en orden a conseguir votos, en ayudas a la educación o en gastos militares innecesarios, también con el objetivo de ganar votos.
La mayoría de los componentes del Congreso y del Senado sola­mente tienen un objetivo en la cabeza: resultar reelegidos. Esa es la razón por la que gastan su dinero en contratar a un mayor número de funcionarios gubernamentales y proporcionar servicios públicos que usted no desea ni necesita.
La recaudación no tiene coste alguno. Piense durante un minuto en lo que tiene usted que pagar al gobierno por el «privilegio» de pagar los impuestos que le impone: impuestos del gobierno federal, impues­tos estatales sobre la renta, impuestos estatales sobre las ventas, con­tribuciones urbanas e impuestos sobre las rentas del capital. En todos los casos, usted es el recaudador único de impuestos, de forma que en la operación de recaudación no se produce pérdida alguna. A menudo, el gobierno se enorgullece de lo poco que cuesta recaudar el dinero.
Pero el gobierno no dice la verdad. En los departamentos de personal hay empleados cuyo principal trabajo es recaudar impuestos. Cuando uno trabaja para sí mismo es él el que ha de recaudar los impuestos y tiene que emplear su tiempo o el de sus empleados en recolectar su propio dinero para que el gobierno lo gaste.
Es una fuente de extraordinaria satisfacción. El IlE le ayuda a ganar lo que solemos llamar independencia económica. Si lo recauda con re­gularidad, y lo invierte inteligentemente, habrá obtenido su objetivo de independencia económica. Podrá disfrutar de los fines que persigue, de las vacaciones que desea tomarse, de los viajes a otros países, de la comida y la casa que desea y, además, podrá ayudar a las personas tal y como desea ayudarles. La caridad no debería estar dirigida por el gobierno.
El IlE creará dinero. El IlE hará que su dinero produzca más dinero. El ¡RS no produce dinero para usted. El gobierno ni siquiera puede recaudar lo suficiente para equilibrar sus presupuestos. Necesita pedir dinero en préstamo, simplemente para pagar los gastos que son conse­cuencia de lo que ha prometido.
Los impuestos que se pagan al gobierno se recaudan en una venta­nilla para gastarse en la de al lado. Pero el dinero proveniente de su IlE trabaja para usted y se multiplica.
La razón por la cual el sistema de la Seguridad Social atraviesa problemas es que el dinero que usted aporta para él no se invierte en crear más dinero. Se gasta en su totalidad el mismo mes en que se recauda. El IlE pasa a formar parte de sus inversiones, trabaja a interés compuesto y le hace ganar dinero. Cuando usted decide tomar dinero liquido del fondo formado por medio de su IlE, en ese fondo encon­trará más dinero que el que «restó» de sus ingresos.

 Usted puede encontrar el dinero necesario para pagar el HE

Mucha gente piensa: «Me gusta la idea de emprender un IlE, pero nunca me queda nada a final de mes. Sencillamente, no puedo pagar mi IlE, por mucho que vaya a revertir en mi mismo.» ¡Pero sí que pue­de! Suponga que el gobierno aumenta el impuesto sobre la renta, que usted tiene que pagar, en un 15 %, lo cual es algo que muchos gober­nantes proponen. ¿Lo pagaría? Por supuesto. Usted no quiere que el ¡RS venda sus propiedades. (Por cierto, el IRS* *está muy involucrado en el negocio inmobiliario. En un año normal, este organismo confisca y vende cientos de miles de casas, edificios, solares y granjas para co­brar los impuestos sobre las propiedades no pagados.)
O bien suponga que la administración de la Seguridad Social deci­de hacer feliz a un mayor número de personas con lo que reparte. De forma tal, que decide aumentar la cantidad que usted tiene que pagar sobre su renta, del 7,5 al 8,5 %. Usted pensaría: «Bueno, eso solamen­te representa un céntimo por cada dólar que gano. Puedo permitírmelo.» ¡Pero la subida del 7,5 al 8,5 %, en realidad, supone un incremento de, aproximadamente, el 12 %!
Para una renta de 35.000 dólares, esto representaría 350. Esos 350 dólares, invertidos en una sola vez al 18 % de interés compuesto, nos darían una cantidad de 11.200 en 20 años y de 358.400 en 40.
O plantéese el caso de que dice usted a la persona que se encuen­tra en el mostrador de caja: «Mire usted, a mí no me gustan los im­puestos sobre las ventas. Así que no los añada usted en la comida que he comprado.» Esa persona le mirará a usted con cara de estar pensando: «¿Qué le pasará a este idiota?» Y añadirá los impuestos a la cuenta.
O bien trate de decir a su patrono: «En este momento estoy en las últimas. Me han pasado una serie de cuentas que no esperaba. Mi hijo se ha puesto enfermo, me han subido el alquiler y se me ha roto el coche. Por favor, no deduzca nada de mi sueldo este mes en concepto de impuestos.» Ante esta situación, sencillamente su patrono le dirá:
«Lo siento pero la ley es así. Tengo la obligación de retener su impues­to sobre la renta. Además el ordenador ya está programado para reali­zar la deducción.» O diga usted al recaudador de impuestos: «No voy a poder recibir nada de la Seguridad Social durante veinte (o treinta o cuarenta) años. Por favor no me deduzca ningún impuesto durante una temporada.» Sin duda, esta persona le diría: «O paga, o va usted a la cárcel.»
Póngase verdaderamente testarudo y niéguese a pagar los impues­tos de contribución urbana que gravan su casa. Simplemente es cues­tión de tiempo, pero llegará el momento en que los empleados del fisco venderán su casa y recaudarán los impuestos correspondientes.
Para cosechar los beneficios de su duro trabajo y no estar sometido a la esclavitud económica, debe usted pagar el IlE, de la misma forma que paga los demás impuestos.
Recuerde que el IlE es el único de los impuestos que usted paga que va a trabajar a su favor y al de sus seres queridos. Todos los demás impuestos van a ir a parar a personas que usted no conoce y para fines que puede aprobar o puede no aprobar.
Las personas que recaudan impuestos para el IRS, municipales, es­tatales o provinciales, puede ser que le escuchen cuando les cuenta sus problemas, pero le pedirán dinero, en cualquier caso.
 De forma que, antes de hacer nada con el dinero que pueda llevar a casa a fin de mes firme en primer lugar un cheque a su favor.
Como todos los caminos que llevan al verdadero éxito económico, el Impuesto para la Independencia Económica es algo sencillo, pero al principio resulta difícil de aplicar. Las personas que piensan: «En este momento estoy mal de medios. No me voy a pagar este mes el IlE. Ya lo haré el próximo mes», se están engañando a si mismas.
Resumiendo: acabará por aprender a acomodarse al IlE. Dentro de tres o seis meses, no dejará de pagarse a sí mismo el dinero que ne­cesita para lograr un espléndido futuro económico. Estudie los cami­nos de acumulación de riqueza que vienen a continuación para ver cómo puede y tiene que invertir una parte de lo que usted gana en be­neficio propio.
Tercera clave: Maximice las ganancias
Todos los años, cientos de historias reales nos revelan cómo algu­nas personas que han ganado mucho dinero pierden en poco tiempo lo que tanto les costó lograr. Joe Louis, tal vez el mejor boxeador pro­fesional de todos los tiempos, estuvo empleado de guardaespaldas en un casino de Las Vegas en los últimos años de su vida. Como tributo especial a una persona que se podía considerar un orgullo nacional, el Congreso aprobó una ley especial, para evitar que la Hacienda tra­tara de recaudar sus impuestos atrasados. Sencillamente, Joe Louis no podía pagar lo que debía al gobierno.
No es infrecuente en personas que fueron un día millonarios, como jugadores de fútbol, actores de cine, gentes del espectáculo y personali­dades relacionadas con los medios de comunicación, que lleguen a es­tar endeudados, sin remedio, a sus 40 ó 50 años.

He ganado 3,2 millones de dólares y mi fortuna es de 31.000 dólares

Nunca identifique la renta con la riqueza. La renta es lo que uno gana. La riqueza es lo que uno tiene. Un ingreso muy alto no le hace rico de forma automática.
Hace poco conocí a un hombre de cerca de 50 años que me contó que había ganado más de 3 millones de dólares en su vida, y que sólo le quedaban 31.000 dólares.
Me explicó: «Gané mucho dinero, pero hice unas cuantas inversio­nes muy malas y me casé dos veces. Después, hace doce años, tuve problemas con el IRS y, desde entonces, han venido tras de mí como sa­buesos.»
Pensé para mis adentros que si esta persona se hubiera pagado a sí mismo el Impuesto para la Independencia Económica, ahora ten­dría una situación económica buena.
Un amigo que ganó 500.000 dólares al año durante una década, vino a verme hace un mes. «Por supuesto, mi familia y yo vivíamos muy bien cuando yo ganaba mucho dinero. Pero yo invertía todo lo que me sobraba en mi negocio. No supe, hasta que fue demasiado tar­de, que mi socio había estado llevándose el dinero de la empresa. Aho­ra no tenemos nada. Incluso el banco va a ejecutar la hipoteca de nues­tra casa,»
Todo el mundo gana, a lo largo de su vida, una cierta fortuna. Sin embargo, muy pocos tienen una cantidad de riqueza significativa, o incluso muchos no tienen ninguna cuando se retiran.
Tenga en cuenta lo siguiente*: Vivimos en el país más rico y abun­dante de la tierra. Todo ciudadano tiene garantizada una educación gratuita. Todo el mundo tiene las mismas oportunidades. Sin embar­go, durante la última década, más de tres millones cien mil individuos fueron a la ruina. Y más de la mitad de las personas que han alcanza­do la edad de 65 años, dependen de la Seguridad Social para vivir.
Resumiendo: emprenda la acción para administrar su economía, aparte el 15 % de lo que gana para invertirlo y multiplicarlo, y podrá mantenerse en pie en cualquier tipo de circunstancia económica.

Piense en la recompensa, y el «sacrificio» le resultará atractivo

La acumulación de riqueza es el juego más estimulante y atractivo que uno puede jugar. Centre su energía y su fuerza de voluntad en la meta de ganar dinero. Ganar dinero no es un sacrificio. Sencillamente, es una forma de lograr un objetivo que merece la pena: la independen­cia económica.
Una joven pareja, Gail y Vic, me hablaron de su experiencia du­rante el primer año en que desarrollaron su plan de independencia eco­nómica. Me explicaba Gail: «Tenemos dos hijas, de 3 y 6 años de edad, de forma que yo no puedo trabajar. Vic consigue unos ingresos brutos de 31.250 dólares. Poseemos una pequeña casa. Y hasta hace un año nos gastábamos hasta el último céntimo. Pero ahora estamos camino de acumular riqueza.»
«¿Qué es lo que hacéis que no hacíais antes?», le pregunté. «Bueno, Vic y yo éramos felices con nuestra situación económica. No íbamos a ninguna parte. De forma que decidimos desplegar un plan de acción. Nos preguntamos a nosotros mismos: “Un coche nuevo y reluciente de 12.000 dólares de precio, ¿vale el cuádruple que un buen coche de 3.000 dólares y que tenga tres años? ¿A quién queremos impresionar? ¿Por cuánto tiempo? ¿Les importa de verdad a los demás lo nuevo que sea nuestro coche? ¿Se consigue el doble de alegría y satisfacción du­rante unas vacaciones que nos cuestan 2.000 dólares, que con otras, bien planificadas, más cerca de casa, menos ostentosas, que cuesten solamente 1.000 dólares?”»
«¿Necesitamos de verdad un segundo aparato de televisión? ¿Qué ocurre con nuestro seguro de vida? Nos dimos cuenta de que, si no estaba bien contratado, lo único que lográbamos era que la compañía de seguros se enriqueciera a cuenta nuestra.»
«Vic y yo repasamos todos y cada uno de los cheques que había­mos firmado el último año. Literalmente, examinamos todos y cada uno de los dólares que habíamos gastado.»
«¿Y qué otras formas encontrasteis de reservar mejor el dinero para conseguir vuestra independencia económica?», le pregunté.
«Nos dimos cuenta de que estábamos suscritos a revistas que no leíamos nunca», continuó Gail, «y de que comprábamos productos so­lamente porque estaban en rebajas, adquiríamos mucha comida inne­cesaria y de otras maneras derrochábamos el dinero.»
«Así que», continuó Gail, «buscamos en nuestro presupuesto gas­tos inútiles y encontramos muchos sistemas, grandes y pequeños, de ahorrar de cara a la inversión. E incluso encontramos aún más ideas para emplear nuestro dinero en aumentar nuestra riqueza.»
«¿Como cuáles?», pregunté.
«Por ejemplo, dejar de fumar», replicó Gail. «Vic había estado fumando durante años dos paquetes al día. Yo ya le decía que fumar era malo para su salud, pero no me hacia caso. Entonces, cuando Vic se dio cuenta de que estaba gastándose 75 dólares al mes, lo cual, invertido al 12 %, a interés compuesto, durante los próximos 32 años —momento en el cual llegaría a los 65— representa cerca de medio millón de dólares, decidió dejar de fumar.» (El comentario de Gail me hizo recordar que, considerados en conjunto, los Norteamerica­nos gastan anualmente el 5 % de sus ingresos en tabaco y alcohol. Eso supone la mitad del objetivo mínimo, del 10 %, que hemos esta­blecido como inversión para el Impuesto sobre Independencia Eco­nómica.)
«Bien», le comenté, «evidentemente habéis pensado mucho en la cuestión de los gastos y de los presupuestos. ¿Cuál ha sido vuestra acti­tud en cuanto a la inversión?»
«La hemos planificado. Durante nuestro primer año de plan de acumulación de riqueza, invertimos 4.600 dólares en unos fondos de mutualidad.»
«Dime», le pregunté, «¿representó realmente todo ello un gran sa­crificio?»
Gail pensó durante unos momentos. Y a continuación dijo muy seria: «No representó en absoluto un sacrificio. Sencillamente estamos viviendo mucho más razonablemente. Y, además, resulta divertido. En este momento tenemos la sensación de que vamos a algún sitio.»
Cuarta clave: Endéudese de forma inteligente y evite endeudarse de for­ma innecesaria
El endeudamiento inteligente consiste en tomar dinero en présta­mo para ganar más. Cuando usted toma dinero en préstamo, ponga­mos por ejemplo, a un 10 %, con un buen plan, por medio del cual va a lograr que ese dinero le rinda un 15, 20 ó 25 %, es usted un deudor inteligente. Por regla general la financiación de su casa o de otro bien inmueble por medio de una hipoteca a largo plazo es una forma inteli­gente de endeudamiento.
Un endeudamiento erróneo consiste en tomar dinero en préstamo por medio de tarjetas de crédito o utilizar planes de pago a plazos para financiar un coche, aparatos electrodomésticos o muebles. Cuando pide dinero prestado para sus vacaciones, diversiones, ropa y para gas­tos inútiles en general, es usted un deudor poco inteligente. El tipo de interés que usted paga es, como mínimo, un 50 % más alto que el coste básico del dinero, es decir, del tipo de interés básico. Y usted está res­tando, con ello, cantidades a sus futuros ingresos.
Hace poco vi cómo una joven mujer soltera de 28 años de edad, al abrir su correspondencia comenzó a gritar con júbilo: «¡La he con­seguido, la he conseguido!».
«¿Qué es lo que has conseguido?», le dije, preguntándome qué es lo que estaría haciendo tan feliz a mi amiga.
«.La tarjeta American Express! ¡Ya me ha llegado! Mírala. Desde ahora soy una de las pocas personas elegidas, y. puedo comprar a crédito en casi todos los sitios.»
Pude comprender la reacción de mi joven amiga. La gente está an­siosa de lograr cierta posición. A la gente le gusta adquirir cosas que no todo el mundo puede tener. Para esta mujer, la tarjeta de American Express le estaba diciendo: «Tienes un trabajo, puedes llevar una vida digna, tienes un buen índice de crédito. Ahora te consideran digna de confianza en el mundo financiero.»
Pero después me pregunté a mí mismo: «¿La tarjeta de crédito es una bendición o una maldición? ¿Le va a ayudar a esta joven a obtener riqueza o va a ser un obstáculo para ello?»
Empecé a pensar en otras cosas que hace tiempo estaban conside­radas como símbolos de una buena posición, como ocurría con los ci­garrillos. Antes de que fueran conocidos los factores referentes a la sa­lud relacionados con el tabaco, los vendedores de cigarrillos decían a las personas que fumar las hacía llamativas, deseables y atractivas.
El fabricante de Camel prometía a la gente que los cigarrillos tran­quilizarían sus nervios y les ayudarían a hacer una buena digestión. Los anuncios publicitarios nos mostraban a gente diciendo: «Andaré una milla en busca de un Camel.»
En este momento, algunas de las personas que empezaron a fumar Camel, no pueden, incluso, ni caminar a lo largo de una manzana de casas en busca de nada. El enfisema, el cáncer, el ataque al corazón y la mala salud en general provocada por el tabaco es el gran precio que los fumadores tienen que pagar por lo que creyeron era una buena posición.
El alcohol se vende por su poder de convertirnos en personas «dis­tinguidas, sofisticadas y dignas de admiración», así como en un mode­lo de comportamiento.
La tarjeta de crédito es como una pistola económica, que mucha gente utiliza para matar su prosperidad futura. Es lo mismo que una droga para un adicto. La tarjeta nos proporciona una euforia inme­diata, que sólo nos conduce a un malestar de la peor especie.
Si tuviéramos un «supervisor financiero», de la misma manera que hay un supervisor sanitario, en todas las tarjetas de crédito estarían escritas estas palabras: «Atención. El uso de esta tarjeta es peligroso para su salud económica. Le puede conducir a gastar demasiado, a te­ner problemas económicos e incluso a la muerte económica (bancarro­ta).»
Todo el mundo conoce la parte buena de una tarjeta de crédito. Es práctica, está ampliamente aceptada como medio de pago, y hace que no tengamos que llevar encima mucho dinero en metálico, co­rriendo el riesgo de que nos roben. Y nos proporciona un informe de cuánto, cuándo y dónde gastamos. Las tarjetas de crédito son indis­pensables en los negocios. Pero la parte negativa de las tarjetas de cré­dito puede interferir en su programa de acumulación de riqueza. He aquí cómo. La tarjeta le cuesta una tarifa anual por el servicio. El inte­rés que las empresas que expiden tarjetas de crédito le cargan a usted, supone, aproximadamente, el doble del interés normal del dinero. Y lo peor de todo, una tarjeta de crédito puede dar lugar a un gasto excesivo e inútil. «Compre ahora y pague después» resulta una tentación irresistible para mucha gente. A los directores de los restaurantes les gusta que los clientes utilicen tarjetas de crédito, ya que, por término medio, los clientes que la usan, gastan un 40 % más que los clientes que pagan al contado y, además, dejan mayores propinas. Al crédito se le puede aplicar todo el mensaje contenido en la cita bíblica: «Lo que siembres, recogerás.» Uno tiene que pagar mucho por sus deudas. El crédito nunca es gratuito, sino que siempre tiene un coste.
Las tarjetas de crédito animan a la gente a derrochar dinero. Estas tarjetas de plástico contribuyen a que usted pierda su cuidado, le dan una falsa sensación de seguridad y le hacen pensar: «Ya se me ocurrirá más tarde cómo pagar.» Una tarjeta de crédito mal utilizada le ayuda a uno a cavar su tumba económica.
De forma que utilice las tarjetas de crédito solamente en aquellos casos en que sea razonable hacerlo. Nunca las use por no tener dinero en su cuenta corriente. Tenga presente que todos los meses aproxima­damente 300.000 tarjetas son retiradas por las empresas que las emi­ten, porque sus usuarios no pueden pagar lo que han gastado por me­dio de ellas.
Nuestra cultura está llena de frases hechas que nos dicen que tene­mos que gastar hasta el último céntimo que podamos de forma inme­diata. «Vive rápidamente, muere joven y ten un cadáver bonito.» «Come, bebe y sé feliz, ya que mañana puedes estar muerto.» «Vive al día.» «Lo que sea, será.» Todas estas frases son recomendaciones para una felicidad a corto plazo.
¿No es más razonable mirar la vida desde un punto de vista más positivo, constructivo y de largo plazo?

 Piense en términos microeconómicos. Piense ¿qué es lo mejor para mí?

Durante varias décadas he tenido una relación profunda y conti­nuada con un hombre que es multimillonario. En este momento tiene 87 años de edad y su fortuna supera los 400 millones de dólares. A pesar de su inmensa riqueza, su estilo de vida es extraordinariamente simple. No tiene un yate, no tiene aviones privados y solamente hay una chica de servicio interna en su casa. Su objetivo económico princi­pal es hacer dinero, «porque disfruto con elloy cuanto más dinero hago, más bien puedo hacer por los demás». Es una persona muy ge­nerosa, que ayuda a buenas causas y a mucha gente, casi siempre de forma anónima. Este amigo mío tan adinerado proviene de una fami­lia pobre, de forma que adquirió su enorme riqueza empezando desde cero. Pero a menudo me dice: «Mis padres me enseñaron los principios religiosos, y he encontrado mejores ideas sobre cómo ganar dinero en la Biblia que en todos los demás libros que he leído.»
Mi amigo y yo hemos pasado juntos muchas horas, hablando so­bre el misterio de la acumulación de riqueza. Este es un pequeño con­sejo que es aplicable al momento presente: «Te diré», me explicaba, «yo tenía 45 años antes de saber qué querían decir las palabras “mi­croeconomía” y “macroeconomía”. Pero cuando aprendí su significado, entendí por qué me iban tan bien las cosas. Había estado practicando la microeconomía toda mi vida sin saberlo. Como sabes, la mayoría de la gente lee los titulares de los periódicos. Todos los días escuchan las noticias económicas. Piensan que las fluctuaciones económicas, del día a día, son importantes. En mi opinión, no lo son. La gente cree que su futuro económico personal depende del panorama económico nacional. Si la economía se va hundiendo en una recesión, ellos dan por sentado que sus finanzas personales van a decaer también. O, por el contrario, si la tendencia es hacia un gran crecimiento económico, piensan que eso les va a beneficiar.»
«Pero eso es absurdo», continuó mi amigo, «yo no me preocupo de la economía norteamericana, ni de la europea, ni de la mundial. Yo me ocupo solamente de mi economía. Nunca he prestado demasiada atención a los índices de valores de Dow-Jones. Yo atiendo a la lógica de cada situación. Allá por los años 50, la lógica me dijo que la segun­da mitad del siglo XX iba a ser próspera para los estados del sur y para el sur de California. Por lo tanto, yo invertí en bienes inmuebles en Atlanta, Dallas y San Diego. Viajé mucho en aquellos tiempos, y me di cuenta de que algunas de las grandes ciudades del norte tenían auténticos problemas.»
«Como puedes ver», continuó, «la gente que actúa bien gana dine­ro, con independencia de la situación económica general. Y los tontos perderán dinero incluso en la mejor de las situaciones. El mero hecho de que otras personas estén en una mala situación financiera no signi­fica, por sí solo, que tú también tengas que encontrarte en la misma situación. Incluso la peor de las epidemias solamente mata a una parte de la población. Ocurre lo mismo con una recesión económica. La ma­yoría de los negocios sobreviven, y los mejores siempre salen bien del apuro.»
«¿Qué me dices del oro?» le pregunté.
«Bueno», contestó mi amigo. «Por supuesto que no te puedo decir cuánto oro habrá el próximo año. Ni tampoco, incluso, cuánto habrá en los próximos cinco años. Pero lo que sí sé es lo siguiente. A largo plazo, siempre hemos padecido un proceso de inflación, y el precio del oro sube cuando el dinero es barato. Recuerdo haber leído que paga­mos a los indios, por la isla de Manhattan, pepitas de oro por un valor de 25 dólares. Tal y como lo veo yo, los indios hicieron un buen nego­cio. Si yo hubiera invertido 25 dólares en el año 1626, que fue cuando compramos la isla, y los hubiera invertido solamente a un 15 % de in­terés compuesto, ahora tendría más dinero que lo que vale en este mo­mento toda la isla.»
«Me preguntabas por el oro; pues bien, cuando Roosevelt eliminó de nuestra economía el patrón oro, su precio estaba fijado en 35 dóla­res la onza. Cuando la inflación nos afecte otra vez duramente, el oro volverá a subir mucho.»
«¿Me estás diciendo que la inflación va a continuar?»
«Claro que sí», me dijo, «eso es inevitable. Pero la inflación siem­pre se produce a saltos. Nunca permanece de una forma constante en un o un 11 % al año. En algunos períodos de tiempo, habrá muy poca inflación o nada; incluso puede ocurrir que haya deflación. Pero cada diez años, más o menos, habrá una gran subida. Pero la inflación no me preocupa. Las buenas inversiones casi siempre aumentan de va­lor más que la tasa de inflación. Antes de invertir en algo, siempre re­cabo, como mínimo, dos y, a veces, tres o cuatro opiniones. Las escu­cho todas. Pero la decisión siempre la tomo yo. Me hago cargo de que se trata de mi dinero y de que nadie está tan interesado como yo en tomar la decisión adecuada.»
Resumiendo: Piense en términos microeconómicos. Piense qué es lo mejor para usted. Nunca haga nada —especialmente invertir dine­ro— solamente porque otras personas lo hacen. Pida consejo, pero tome las decisiones por sí mismo.
 Quinta clave: Participe en la Edad Dorada que se avecina
Cualquier época está llena de oportunidades. Pero nunca, hasta ahora, el futuro ha sido tan prometedor para tanta gente. Estamos si­tuados en la rampa de lanzamiento de una verdadera Edad Dorada. El mundo es como la línea de partida de una carrera de caballos que va a ser emocionante, divertida y llena de compensaciones. He aquí por que.
Integración económica de todo el planeta. Los países cada vez son más interdependientes económicamente. El crecimiento del mercado mundial de bienes y servicios significa que las naciones, en razón de sus capacidades, su clima, su tecnología y sus recursos, pueden espe­cializarse, de forma ventajosa, para fabricar productos. Una de las consecuencias más importantes de la integración económica mundial será un gran crecimiento de la productividad, traducido en un mayor número de cosas para que la gente las disfrute.
Otra de las ventajas del aumento de la interdependencia económica es que hará bajar la posibilidad de guerras. De la misma forma que las personas que se necesitan unas a otras no quieren pelear, las nacio­nes que dependen unas de otras no quieren ir a la guerra entre ellas.
El crecimiento de la población continuará. El principal combustible para la inmensa expansión económica que siguió a la segunda guerra mundial fue el crecimiento de la población.
Durante el período comprendido entre 1945 y 1985, la población de los Estados Unidos creció en 100 millones de habitantes. Ese mayor número de habitantes dio lugar a que se construyeran un mayor núme­ro de casas, escuelas, iglesias, carreteras, se produjeran libros, medios de diversión, cuidados médicos; en definitiva, todos los productos que las personas necesitan por ser personas.
Algunos creen que el crecimiento de la población es un error. Los pesimistas, los derrotistas y aquellos que siempre encuentran fallos en todo dicen que los Estados Unido (y el mundo en general) ya están superpoblados. Según el criterio de estas personas, caminamos hacia una carencia de espacio, agua, comida, aire y de otros ingredientes ne­cesarios para vivir bien.
No permita que las personas que piensan caprichosamente, en sen­tido negativo, perturben su mente. Los Estados Unidos no tendrán ningún problema en mantener a una población de entre 400 y 500 mi­llones de personas (aproximadamente el doble del número actual) du­rante las próximas tres o cuatro décadas.
Tenga en cuenta los siguientes hechos:
—   A pesar del crecimiento de la población desde 90 millones de personas en el año 1885 hasta 240 millones en el año 1985, se cultivaron menos acres de terreno y la gente ha llegado a estar mucho mejor vestida, alimentada y resguardada. El hambre que pueda existir hoy en día es un problema político, no un proble­ma de producción, económico o tecnológico.
— En los Estados Unidos, hay más de 10 acres de tierra (equiva­lentes a unos 45.000 metros cuadrados) por cada hombre, mujer y niño.
—   Si la gente vive en condiciones de superpoblación (en Nueva York, Washington D.C. o Chicago) es porque ella quiere, no porque tenga que ser así.
El 75 % de la superficie terrestre está cubierta por agua; por me­dios tecnológicos podría eliminarse la sal que contiene y sus im­purezas, si así lo necesitáramos.
Existen grandes oportunidades para las personas que ven en el cre­cimiento de la población algo positivo.
La tecnología se desarrollará. La tecnología ya es uno de los secto­res principales. Pero si pensamos en sus posibilidades, todavía es como un niño pequeño. Están desarrollándose rápidamente grandes oportunidades en distintas carreras profesionales, negocios y en inversión en campos tales como la ingeniería genética, la energía solar y eólica la erradicación y prevención de las enfermedades y la explotación, fondo, del espacio extraterrestre. La tecnología nos permitirá construir un sistema interestatal de autopistas. La esperanza de vida puede alcanzar hasta la edad de 95 años o más aún. Todo esto y más puede ocurrir en las décadas que tenemos inmediatamente delante, década que van a tener un efecto directo en su futuro.
Las necesidades humanas seguirán siendo insaciables. El concepto que planteó Adam Smith, hace aproximadamente dos siglos, de q no pueden ser satisfechas todas las necesidades humanas será tan cíe to en el futuro como lo es ahora. Tomemos en consideración, p ejemplo, los viajes, que representan, simplemente, una de las docenas de campos de oportunidades. La gente no puede satisfacer todos s deseos de visitar diferentes lugares en nuestro país y en otros países En el último año, solamente un norteamericano de cada 100 viajó fuera de los Estados Unidos. Cuanto más viaja una persona, más quiere viajar. Si bien los viajes internacionales alcanzaron cifras récord el último año, es probable que se multipliquen como mínimo por cinco durante las próximas dos décadas. Piense en cómo el sector de los viajes puede afectar a otros sectores, tales como el de fabricación de avión y el hotelero.
La Edad Dorada se extiende ante nosotros. Véala. Aprovéchese d ella. Dísfrútela. De la misma forma que la gente no veía las oportunidades hace 40 años, la mayoría de las personas no descubrirán la Edad Dorada hasta que sea demasiado tarde para que puedan beneficiar de ella.
Es difícil explicar a un niño cómo alguien puede ser hoy pobre después del inmenso crecimiento económico y la gran mejoría social que han tenido lugar en los últimos 40 años. Será aún más difícil explicar en el futuro la mediocridad que afecta a tantas personas.
Decídase ahora a contribuir a formar un futuro maravilloso para usted y para sus seres queridos.

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